Uno era yo
Tenía un compañero con el que “se entendía de memoria”, diría un comentarista. Aunque en este caso no era estrictamente cierto, porque no había un libreto preacordado o aprendido que determinara cómo jugar la pelota. No era un fútbol prefabricado, o de laboratorio. No. Era algo mucho más esotérico, casi telepático, un dialecto propio. Entre ellos existía una forma de diálogo usando la redonda en lugar de palabras.
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